El artículo previsto para este mes tenía que ver con el descanso. Un tipo de descanso. Lo dejo a un lado por circunstancias personales para escribir unas líneas, breves en esta ocasión, sobre el morir.

Y lo intitulo con el verbo en infinitivo. Morir es el último movimiento que sentimos los vivos. Y es también el postrero descanso al equilibrio dinámico que rige la ley universal de los complementarios opuestos yin yang.

Cuando las células se reproducen anormalmente, el sistema inmunológico se altera y se crea un “terreno” que deja de ser simbiótico para convertirse en patógeno. La predisposición al equilibrio perfecto se desvanece y el potencial homeostático llega a su fin. Pero antes del morir, la vida habrá contado con más o menos días de autorregulación. La salud es todo el proceso, no solo la parte en la que estamos “bien” y nos cuidamos para acompañar al organismo a estar lo mejor posible. Esto es importante tenerlo en cuenta para comprender correctamente la ley de la impermanencia que es inherente a la vida.

Resistirse a esta otra ley universal es ir contra natura. Ir contra natura es una manera de enfermarse o salir al encuentro del desequilibrio. En energía no catalogamos el desequilibro o la enfermedad como algo bueno o malo, mas como señales o informaciones de necesidades no atendidas o no suficientemente atendidas.

En el caso de la vejez, venga o no acompañada de una enfermedad con definición alopática, el morir puede ser sin desequilibrio si no hay una renuncia al equilibrio. No es un juego de palabras, es lo que yo he observado del morir de mi padre. Y de un equilibrio que fue construyendo día a día basado en unas rutinas propias. No me toca a mí opinar si eran rutinas de hábitos conscientes, autorresponsables y generosos consigo y con su entorno. Sí puedo afirmar que me gustaba observarlo, y así verme un poco más en mi mirada con curiosidad y ternura ante la singularidad de su forma de vivir… y morir.

Descansa en paz, padre. Y gracias por la vida.