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Cuidarnos no es una técnica, no es una práctica más, no es la última tendencia de moda, tampoco es la última versión de una app de salud.

Tal y como lo entendemos en el Arte de cuidArte, cuidarse es un estar vivo de la mejor y más humanamente manera posible.

No nos cuidamos para tener un tiempo de calidad. Vivimos en un tiempo y espacio para poder cuidarnos como algo no separado de nuestra naturaleza humana. No siempre hemos vivido disociados o descuidados. Como seres vivos, nuestro cuerpos cuentan con una memoria antigua de pertenencia a la naturaleza y, por tanto, de integración con la lógica, leyes y narrativas vinculadas al Cielo y a la Tierra como columna vertebral del Equilibrio.

Al ir perdiendo esta integración con la naturaleza que somos, corremos el riesgo de desintegrarnos. No me refiero a llegar al final del ciclo de vida; hablo de generarnos enfermedad como forma de desintegración forzada o anticipada. Hay algo flojo en nuestro compromiso con la vida y que se palpa en nuestro psiquismo y cuerpo emocional desencuerpados. Hacemos y hacemos, y hacemos muchas cosas a la vez; y pensamos que sentimos, y el tiempo se insensibiliza entre las manos.

Escribo Carmela. En 7tiempos un día en el que reconozco claramente los beneficios de cuidarme con alegría y libertad: claridad mental, armonía-equilibrio-calma, mayor atrevimiento, flexibilidad muscular, coraje para continuar comprometida con mi pequeña y humilde revolución interior, mejora de mi descanso nocturno, piel brillante y nutrida, enraizamiento más profundo, sensitiva e intuitiva, más compasiva, alivio de ciertos dolores articulares, sangre renovada, más momentos de felicidad sin causa y ecuanimidad, autorrespeto y autoescucha.


CARMELA.
EN 7TIEMPOS

1. Viendo la vida esperar
2. Entre cruces
3. No soy ni tengo lo que soy
4. Los libros de mi vida
5. Para fugarnos juntas
6. Alargo mis dudas entre los dedos
7. Un final

 

  1. Viendo la vida esperar

Carmela, así se llama esta mujer, hace ya muchos años que no menstrúa. Así que, probablemente, tenga una pastilla menos en su pastillero de chinos sin camafeo.

Carmela fuma, y se pasa la vida fumando. Le gusta fumar, sobre todo en los entresijos del tiempo. Ella lo dice con sus palabras de erudita errada: “-Fumo entre visillos”.

En las noches de insomnio, se fuerza a soñar que su marido es catedrático aspirante a vocal adjunto en la RAE. Y aunque nunca ha llegado ni siquiera a soñar con las columnas de la sede de las letras, ella persevera, y a sus anchas, en una cama donde no recuerda la última vez que Juan la acurrucó.

No tiene pena de esta soledad de las noches porque se entretiene con sus visillos y cigarrillos blancos.

  1. Entre cruces

Si hay algo que le chifle a Carmela son los crucigramas. No resolverlos, sino crearlos. Tiene uno, muy exquisito e inacabado, con nombres de escritores y escritoras. Para hacerlo más enigmático, ha modificado un poco los apellidos. Por ejemplo, a Luis Goytisolo lo encontraremos como Goti, a Marc Twain como Twin, a Jane Austen como Ostis, a William Shakespeare como Sake, a Francisco de Quevedo como Mequedo, a Ursula K. Le Guin como Oui o Yin, a Jorge Luis Borges como Vogue, a Gloria Fuertes como Lavozdedios, y la lista continúa.

  1. No soy ni tengo lo que soy

Si hay algo que le quite el hambre a Carmela son las filosofadas. Para ella son bobadas, y opina que su barriga sabe la hora del vermú y de la merienda, sin necesidad de mirar el móvil ni libros retóricos.

  1. Los libros de mi vida

Carmela empezó a fumar con su primer amor. Todos los hombres de su vida han fumado, y su manera de recordarlos es seguir fumando.

  1. Para fugarnos juntas

Tenía una amiga, Carmela, muy estimada, y que casi le doblaba en edad. Como se hizo monja y rezadora en voz baja, un día le escribió una carta corta. Allí le decía que saliera pronto, que la necesitaban para los ensayos de la cofradía del barrio. Y añadía en post scriptum: en la Filmoteca vuelven a echar Thelma & Louise.

  1. Alargo mis dudas entre los dedos

Carmela come en el bar de la esquina del mercado. Los días que cierra el bar, no come y aprovecha para hacerse un détox de cigarrillos blancos. Esos días, Carmela se siente más inspirada y ve uno, dos, ¿o serán cuatro?, pájaros revolotear alrededor de sus pies.

  1. Un final
    Ya no veo a Carmela sentada en el banco de granito urbano. Tampoco en el bar de la esquina del mercado. Si paso cerca de su casa, me desvío para verla detrás de los visillos. Creo que Carmela se ha mudado, y con ella se ha llevado el humo de sus cigarrillos blancos.

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